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domingo, 6 de marzo de 2011

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Le escucho desde el otro lado de la mesa. Sus progresiones matemáticas llegan, como debe ser, hasta el infinito. En la primera ecuación, se sabe, yo perderé la concentración, el disimulo no.
Es importante que preste atención. Giro un tanto mi cabeza en un gesto espero imperceptible y por la ventana veo a aquella mujer con ese vestido casi largo, y un bolso apoyado en la calle como esperando a alquien. Mira para un lado y para el otro. Un pelo negro y brillante le adorna la espalda, parece algo inquieta, con la inquietud que solo provoca la espera del amor. La miro, ella no puede reparar en mí. Vuelvo a la mesa. Lentamente al aire se le va poniendo volumen. La progresión de números no ha terminado, eso me dará unos momentos más para volver a fijarme en ella. Ahora seguro que se recoge esa mata de pelo. Ella se recoge el pelo en un rodete natural y se mira coquetamente los pies. La calle esta vacía, empieza a sonreir, se mira de reojo el cuerpo, y se sienta en el umbral. Ahora se sonríe picaronamente quizás algún recuerdo reciente, no ya sé: sonríe por lo que le va a pasar. Mira hacia un lado y al otro. Se le resbala el rodete, como siempre. Con una mano se levanta apenas la tela de aquel vestido y se toca un poco la pierna y el tobillo, sonríe más. El pelo, pienso, debe olerle muy bien, como cada vez que se lo lava con el de coco. Adentro miro esos ojos azules clavarse en mí, fríos, inteligentes, deseosos. Ahora acompana esos cálculos con anotaciones en un papel. Debo mirar esas cuentas, los saldos, los restos. Me recojo un poco el pelo hacia atrás. Miro. Afuera ella se para como escondiendo una emoción, se acerca un auto que se detiene, ella se recuesta inteligentemente un poco sobre la pared. El baja, y ella espera, él la toma de la cintura y la besa bien adentro, los pelos de ella envuelven a los dos, los dos sonríen, el le dice algo al oído y toma el bolso del suelo, aquel que me regaló mamá para algún cumpleanos, le abre la puerta y no le importa que ante un conductor apurado vuelva a besarla. El auto arranca, desaparecen. Vuelvo a lo mío y mientras lo escucho pienso con tantas mudanzas donde habrá quedado aquel bolso que me regaló mamá.

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